Una semana después de ganar un partido de leyenda ante Francia, Sudáfrica se puso este sábado el mono de trabajo para meterse en la final y, de paso, convertirse en la bestia negra de Inglaterra, a la que eliminó por cuarta vez en los últimos 24 años. Fue una derrota (15-16) más que honrosa para una selección que ha pasado en seis semanas de combinado de piedra a semifinalista respondón. Pero los Springboks encontraron la grieta y jugarán el próximo sábado el partido del siglo ante Nueva Zelanda: los dos tricampeones en busca del cuarto título.
De los seis partidos entre ambos en los Mundiales, Inglaterra solo ha ganado uno –en la fase de grupos de 2003– por cinco de los Springboks, un 36-0 en la primera ronda de 2007 y cuatro eliminaciones. En la última final les bajaron de la nube tras eliminar a los All Blacks en semis –quizás la mejor actuación de su historia– y en la de 2007 dominaron un duelo áspero con leyenda, el ensayo de Mark Cueto que no subió al marcador. El ala inglés asegura que posó antes de tocar la línea y lamenta la escasa calidad del video 16 años atrás.
Antes de hacerse cargo de una Inglaterra en llamas en diciembre, Steve Borthwick había preparado uno de los grandes crímenes del rugby: el milagro de Brighton, es decir, la victoria de Japón ante los Springboks en el Mundial de 2015. El entonces entrenador de delanteros de los nipones no dio con la tecla al principio con su país natal y perdió seis de sus nueve primeros partidos, incluida una humillante derrota ante Francia en Londres y otra ante Fiji. No se puede llegar más bajo radar a un Mundial.
Pero vinieron cinco victorias seguidas y la única selección invicta del torneo salió convencida ante Sudáfrica. El triunfo requería secar a los delanteros, ganar la batalla del territorio y sumar puntos. La llave maestra eran las patadas altas, que descentraron a los Springboks, fallones ante la confianza ciega de Freddie Steward y Elliot Daly. Errores que costaban metros, como los saques de touch; uno de los equipos más fiables del mundo desde la banda cedía una tras otra. La consecuencia era que se jugaba en campo sudafricano, sin margen de error cuando el colegiado levantaba el brazo por guerrear más de la cuenta en busca del robo, otra suerte en la que fueron inferiores. Patadas fáciles para Owen Farrell y puntos para Inglaterra.
Sudáfrica era el carcelero enjaulado y no encontraba la llave. Cuando el velocista Arendse podía correr, perdía el balón, el paradigma de una ansiedad que se traducía en errores. Lo pagó Libbok, el apertura bajo sospecha relevado por Pollard a la media hora. Era un partido de puntos preciados en el que no sobraban las balas de ensayo. De ahí el mérito de los ingleses rechazando la primera incursión sudafricana a su línea de cinco metros. Y el precio del balón perdido por Vunipola en la misma zona que valió tres puntos verde y oro, como la verborrea de Farrell con el árbitro. Las excepciones de una primera parte robótica en cuanto a disciplina para los ingleses (12-6).
Etzebeth, omnipresente para tumbar a la anfitriona, se iba en el minuto 45, algo inaudito en una Sudáfrica que adelantó los cambios. Constreñida en su fortaleza, las distancias cortas, Sudáfrica aspiraba a abrir las compuertas, pero sus acelerones no tenían premio. Cuando Arendse aceleraba, no tenía apoyos para asegurar el balón. Mientras su rival dormitaba, cada minuto era una victoria para Inglaterra. Máxime si Farrell acertaba un drop –patada con bote pronto– que elevaba la distancia a las dos anotaciones.
Pero los Springboks siguieron respirando y encontraron la grieta en el físico, la frescura de sus delanteros suplentes, el fondo de armario que decantó la balanza en el epílogo. Quedaban diez minutos cuando lograron el único ensayo de la noche con una carga de Snyman tras su sempiterno maul, esa plataforma letal. Las patadas ya no eran defensa suficiente para una Inglaterra que escuchaba de fondo el despertador. Hasta que la última melé sudafricana provocó el golpe de castigo de la victoria, la patada que embocó Pollard desde 49 metros. La campeona sobrevivió a su día más plebeyo.
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