Parece mentira que solo hayan pasado cinco días desde que vimos el autocar de las campeonas pasar por nuestra calle, desde que nos enganchamos a la televisión para seguir el recorrido hasta Madrid Río. Parece mentira que haya transcurrido tan poco tiempo desde que yo, columnista en vacaciones, fuera escribiendo en mi mente la crónica de esa llegada del equipo al estrado, de la alegría que se nos contagiaba por su entusiasmo, tan natural, tan entendible, que fácilmente provocaba una identificación popular con su hazaña, incluso aunque fuera la primera vez que nos habíamos abonado a seguir un Mundial. Sí, nosotros, gente como nosotros a la que el fútbol no consigue exaltar y que en esta ocasión lo veía movida por una honda emoción, la que se siente por jóvenes mujeres que han llegado a lo más alto en un universo hostil.
Me sentí conmovida especialmente por el acento de barrio y la vivacidad de la carabanchelera Jennifer Hermoso, a la que los organizadores tuvieron el detalle de brindar una actuación de Camela, que pasa por ser ese dúo con el que todo el mundo vuelve a una infancia de coches de choque, de tómbolas y de fin de feria. Abrazadas unas a otras, cantando a gritos y bailando a saltos el Sueño contigo, esa canción que tarareamos sin saber en qué mercadillo de playa la aprendimos, lo que las jóvenes deportistas nos transmitían es que en este largo viaje hasta el triunfo final además de disciplina y esfuerzo, hubo también complicidad, confidencias, risas, karaokes, en definitiva, esa conexión emocional que se siente con un equipo con el que vas a muerte protegiéndote de la intemperie.
Hubiera querido estar ahí y escribir esa crónica, el momento en el que las jugadoras se metieron a un bar antes de salir al escenario porque tenían hambre, y comentar sus sucesivas intervenciones tras ser presentadas en las que dejaban un rastro del sonido de sus acentos y barrios. Vitoreadas por un público familiar, donde la chiquillería era la que parecía disfrutar más con el triunfo de unas campeonas que han conseguido contagiar el entusiasmo por un juego que nace en la calle y que nunca debiera perder su esencia de deporte popular.
Pero no fue posible recrearse en esa celebración ni en las múltiples conclusiones sociológicas que de ella se desprendían, como que la fiesta de las mujeres era más pura, cercana y menos apabullante que la de los varones, siendo ellas una especie de representación de todas las niñas que en algún momento quisieron jugar y las tildaron de torpes o marimachos. No fue posible alargar la celebración merecida porque se impuso el tufo de un universo que nos ha confirmado la impunidad con la que se mueven sus representantes. Hay algo en el ambiente tóxicamente machirulo que ha impedido que a esos organismos que representan a España alguien les pueda hincar el diente. Sorprende que ninguna de las tropelías que ha venido cometiendo el presidente de la federación, Luis Rubiales, haya sido suficiente para sancionarlo o para apartarlo; sorprenden las corruptelas, el fondo mafioso y las formas chulescas, toda una inspiración para un Torrente inmerso en alguna trama futbolera. Pues bien, ahí, en ese ambiente ya de por sí putrefacto, donde los representantes de una rancia masculinidad se sienten seguros en su hábitat, una serie de mujeres resistentes a las que no se les prestó demasiada atención cuando se levantaron en contra de condiciones laborales precarias y una pobre consideración a su trabajo ha dicho que esto tiene que acabarse.
Imagino que no están siendo días buenos para Jenni Hermoso: el inevitable bajón de adrenalina que sigue a una competición de esta altura se une el haberse convertido en el centro de la polémica y haber recibido presiones por parte de la federación para que diera el tema por zanjado y saliera con el primario Rubiales a darse el pico de la reconciliación. Pero España tiene hoy una altísima conciencia feminista y esto ha provocado tal abrumador respaldo a la jugadora que ya no hay vuelta atrás. Todo lo que han consentido los inescrutables organismos del fútbol lo ha denunciado la calle y esa voz es muy difícil de acallar. Hablaba el Financial Times de que este asunto es un reflejo de la sociedad española y del mundo del fútbol. Creo que en lo que se refiere a la sociedad es discutible. La sociedad española, en su mayoría, ha venido refrendando las leyes más avanzadas en todos los asuntos referidos a género, igualdad y derechos civiles.
Tanto es así, que ahora mismo sufrimos la esperada reacción a lo que han sido tiempos de avance, reacción que, por cierto, de momento han frenado las urnas. Por tanto, téngame por inocente si pienso que todo lo que se ha trabajado durante estos años ha dado su fruto parando los pies a un gañán sobrado de poder. El abuso que se ha permitido este individuo tiene que ver con una idea de la mujer como ser inferior y menor de edad: si se ha comportado así ante millones de personas es porque durante toda una vida se le ha permitido y se le ha compensado económicamente por esa labor en concreto, la de mantener a las chicas, a las niñas, a raya.
“Falso feminismo”
El discurso que dio Luis Rubiales ante su asamblea sería cómico si no fuera por la vergüenza que provoca. Ha renovado sin duda aquel monólogo ético del pobre Fary cuando disertaba en short playero sobre el triunfo del “hombre blandengue”. Porque que un hombre acorralado y acusado de falta de decoro y abuso de poder reivindique “el pico” y el “olé tus huevos” es insólito, es un espectáculo impagable, es un momentazo tan patético como para utilizarlo en las escuelas como ejemplo práctico de aquello a lo que jamás se debería regresar. La referencia al “falso feminismo” me provocó una sonrisa porque es una tradición reaccionaria el exhibir el catálogo de las buenas y las malas chicas y la consecuente repartición de carnets. Es también un chiste viejo. A mí me quitaron el carnet varias veces y me siento muy orgullosa de haberlo perdido dado quiénes se atribuyen la legitimidad de concederlos.
Entiendo que a Jenni Hermoso esta historia le supere, y que haya ensombrecido lo que tan solo debiera haber sido dar saltos, y risas y camela y euforia, pero ha de sentirse orgullosa por la solidaridad desatada, porque quien está solo, ahora, es el hombre que no ha tenido la valentía de reconocer su error. En cuanto a los aplausos que recibió el tipo, dada la ética de quienes chocaban las palmas, auguro que le darán la espalda en cuanto lo vean caer. El peligro es que lo sustituya alguien de la misma cuerda. Pero esto #seacabó. Contigo estamos, querida Jenni, y que en el aire suene de nuevo Sarà perché ti amo.
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