Alzar uno de los principales canales de comunicación del mundo en uno de los países más represivos del planeta, Rusia, tiene mucho mérito. Hacerlo por segunda vez, cuando el Kremlin le arrebató su primera empresa, es una anomalía. El emprendedor Pável Dúrov (San Petersburgo, 39 años) fundó la alternativa rusa de Facebook, vKontakte (VK), en 2006, y ocho años después se vio obligado a vender sus acciones por 300 millones de euros bajo el acoso de los servicios de seguridad de Vladímir Putin. En vez de retirarse con 29 años, creó el servicio de mensajería Telegram.
Esta plataforma, reconocida por su sistema para ocultar la información que circula por sus chats privados y sus grupos de noticias y a la que la polémica le acompaña de forma permanente —el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz, atendió en un principio esta semana la petición de varios medios de comunicación de bloquear la aplicación al distribuir contenidos protegidos por derechos de autor, aunque finalmente se echó atrás—, acumula más de 900 millones de usuarios. Y Dúrov, exiliado en Dubái, tiene grandes planes para la empresa y se niega a venderla pese a haber recibido ofertas con cifras mareantes.
Dúrov concedió hace una semana su primera entrevista a un medio de comunicación desde 2017. El empresario anunció en el diario británico Financial Times que se plantea sacar Telegram a Bolsa en el futuro y aseguró haber rechazado ofertas de fondos de inversión de 30.000 millones de dólares —más de 27.000 millones de euros al cambio— por su empresa. “Queremos seguir siendo independientes”, afirmó el empresario antes de lanzar esta semana una emisión de bonos de 330 millones de dólares con vencimiento en 2026, año en el que planea sacar Telegram al mercado.
Si la oferta por Telegram es real, su valor multiplicaría casi dos decenas de veces los cerca de 1.500 millones de euros que vale VK en el mercado ruso, compañía que hoy dirige el hijo del hombre que es considerado el cardenal en la sombra del presidente Putin, Serguéi Kiriyenko. Vladímir Kiriyenko, que apenas tiene un año más que Dúrov, fue desde muy joven vicepresidente de otro gigante tecnológico, Rostelecom, al abrigo de los vínculos de su padre con el Kremlin. Su progenitor, vicejefe del gabinete de Presidencia, filtró los candidatos que “compitieron” con Putin en la farsa de sus elecciones presidenciales de este año.
Dúrov se graduó en Filología en la Universidad Estatal de San Petersburgo en los años 2000. Alumno brillante, diseñó varias páginas web para que los alumnos intercambiasen apuntes al mismo tiempo que nacía Facebook, lo que lo animó a crear VK en 2006 junto a su hermano Nikolái y su amigo y compañero de clase Ilia Perekopski, hoy segundo de Telegram.
El Pável Dúrov veinteañero protagonizó unas cuantas polémicas mientras su red social ganaba cientos de millones de usuarios en el espacio pos-soviético. Entre otras, en 2012 provocó una pelea a la entrada de su sede central al lanzar billetes de más de cien euros desde su oficina, y en 2013 se vio envuelto en un atropello que quedó sin castigo.
No fueron sus excentricidades las que le costaron su primer imperio al joven más prometedor de Rusia. El Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB) le exigió en 2011 que entregase toda la información de las cuentas privadas de varios opositores políticos. Dúrov se negó, como hizo dos años después, en diciembre de 2013, cuando el antiguo KGB le pidió los datos de los usuarios ucranios que participaron en las protestas de Maidán, que acabarían desembocando dos meses después en un baño de sangre de los manifestantes y en la huida del presidente Víktor Yanukóvich.
Dúrov, investigado de cerca por los servicios de espionaje de Putin, dejó Rusia en abril de 2014 y vendió su participación en VK por 300 millones de dólares a un grupo empresarial próximo al Kremlin, Mail.ru. “Es imposible administrar un negocio de internet en este país”, clamó el emprendedor.
El fundador de VK había lanzado un año antes Telegram, plataforma que ha multiplicado su base de usuarios de 500 a 900 millones desde 2022 gracias a varios factores. El principal, combinar el servicio de mensajería con otros contactos personales, como Whatsapp, con un sistema de canales que también sirve como fuente de información de forma sencilla y rápida. Su buena interfaz y la injerencia nula de la empresa sobre el contenido que siguen sus usuarios ha hecho el resto. Su popularidad se ha disparado desde la guerra desatada sobre Ucrania, a diferencia del rumbo tomado por X —antigua Twitter— al primar a unas cuentas sobre otras tras la compra de Elon Musk.
Telegram nunca lo tuvo fácil en su tierra. La agencia rusa para el control de internet, Roskomnadzor, exigió a Dúrov las claves para acceder a los chats de sus usuarios en 2017 bajo el pretexto de prevenir atentados terroristas. El emprendedor rechazó por tercera vez las exigencias del Kremlin, y Moscú aprobó una ley por la que exige a las empresas tecnológicas que almacenen todos los datos en servidores en territorio ruso. Telegram se negó, y la justicia de Putin ordenó su bloqueo en el 2018.
Aquella medida nunca funcionó. Los intentos de Roskomnadzor de impedir su funcionamiento fracasaron. Sin embargo, Dúrov y la Fiscalía rusa anunciaron por sorpresa en el verano de 2020 que habían llegado a un acuerdo por el que Telegram podría volver a operar con normalidad en Rusia si entregaba a las fuerzas de seguridad la información de los presuntos terroristas. Si esta concesión se limita a ellos, aún persisten las dudas: el Kremlin considera “organizaciones extremistas” desde el movimiento LGTBI al equipo del disidente Alexéi Navalni, y varios canales de ultranacionalistas críticos con las derrotas de la guerra han sido perseguidos por la policía.
En cualquier caso, Telegram apunta más alto que nunca. Dúrov anunció a finales de febrero que abrirá su plataforma en 100 países más y permitirá monetizar la publicidad en ellos incluso con criptomonedas. Además, según confesó en su entrevista en Financial Times, la empresa ya factura “cientos de millones de dólares” y espera generar beneficios este o el próximo año. Todo ello con apenas medio centenar de empleados a tiempo completo.
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