Tras correr durante 16 horas, 43 minutos y 45 segundos, y quedar segunda en la pasada edición de la Western States 100, la ultrafondista norteamericana Katie Schide descansó cinco jornadas y sorprendió al mundillo asegurando que sentía las piernas tan descansadas que podría volver a correr de nuevo la prueba. Dicho lo cual, señaló a sus zapatillas. Aseguró que gracias a ellas la musculatura de sus piernas apenas había sufrido, lo que favoreció una recuperación extraordinariamente rápida. Cuando a finales de los años 70 del pasado siglo nació la icónica prueba californiana, las zapatillas que usaban los participantes estaban a años luz de parecerse siquiera a unas zapatillas para correr por senderos de montaña.
Todos saben que Schide pertenece al equipo The North Face, la firma más emblemática del alpinismo que lleva años tratando de ampliar su hegemonía a otras facetas del outdoor. Y una de las cosas que más desea la firma estadounidense (y sus competidoras) es alcanzar la notoriedad de la marca Hoka, la preferida por el público que corre por la montaña. El mundo del trail running vive una carrera al margen de las carreras, una disputa tecnológica que pretende diseñar zapatillas que ayuden realmente a correr más rápido y durante más tiempo. Y, a su vez, la disciplina ha entrado de lleno en lo que los ciclistas (o al menos sus directores) llaman “ganancias marginales”.
La localidad de Annecy, apenas a 100 kilómetros de Chamonix, donde se celebra la prueba más icónica de la ultradistancia (el UTMB), es el epicentro de esta pugna: aquí se diseña, por ejemplo, todo el calzado de la colección de The North Face, desde las botas rígidas de alpinismo a las zapatillas para correr en la montaña, en un reducido espacio bautizado como All Triangles y dirigido por el francés Julien Traverse. El lugar tiene dos plantas: recepción, cafetería con mesas de trabajo y un rocódromo en la planta baja. Taller de confección y diseño en la planta superior. Todo sale de este reducido escenario, un verdadero laboratorio, y por aquí pasan casi todos los atletas punteros de la firma, donde se atienden sus necesidades y se les confecciona un calzado a medida.
Crear un prototipo desde cero les lleva solo dos semanas. “Katie Schide corrió las Western States 100 con unas Summit Vectic Pro que combinan una mezcla patentada de espuma Pebax con una placa de fibra de carbono con forma de tridente. Así obtenemos una mezcla de absorción de impactos, retorno de energía, protección y tracción”, explica Julien Traverse, quien aclara que el uso del carbono en las zapatillas de trail aún tiene mucho recorrido y nunca se empleará de la misma manera que en las zapatillas de correr por asfalto porque el escenario es radicalmente distinto.
Por este laboratorio ha pasado el catalán Pau Capell, ganador (sin zapatillas de carbono) del UTMB de 2019. “Mis sensaciones con estas zapatillas son ambiguas. En senderos o pistas llanas me hacen ir más rápido, pero a costa de alargar la zancada y sufrir algo más desde el punto de vista muscular. En cambio, en los descensos agradezco mucho su absorción, lo que redunda en menor fatiga muscular”, explica.
Capell también ha pasado en Annecy por otro edificio singular, una antigua y enorme casona perdida entre árboles que esconde un centro futurista de entrenamiento conocido como “3, 2, 1 Perform”. The North Face ofrece los servicios de este centro a sus patrocinados, un lugar por el que pasa religiosamente la élite de los pilotos de rallies, y otros ases del motor, como el piloto francés de Fórmula 1 Esteban Ocon. Xavier Feuillée figura a la cabeza del centro y explica que utilizan las herramientas que desarrollan las habilidades de los pilotos “para ir más allá de la preparación física o fisiológica, e incidir en el trabajo cognitivo”.
El lugar cuenta con tres plantas bien diferenciadas: una para realizar test médicos y fisiológicos, otra dedicada a la recuperación y a la preparación física, y la última (donde se prohíbe sacar fotos) donde conviven máquinas y herramientas de aspecto incomprensible que serán las que mejoran las capacidades cognitivas de los usuarios, sus reflejos y su capacidad de tomar decisiones.
“Lo primero que te hacen es un estudio fisiológico en profundidad, una entrevista para saber cómo observamos nuestros puntos fuertes y débiles, si soy mejor subiendo o bajando, así como posibles problemas físicos. Pero también nos someten a pruebas para determinar nuestra capacidad de reacción mediante el uso de ordenadores para estudiar cómo reaccionamos mientras corremos y nos vemos sometidos, de pronto, a estímulos externos inesperados. También realizamos ejercicios de fuerza, de estabilidad para ver qué pierna trabaja mejor y se midió la capacidad de descanso. En general, era como una batería de test psicotécnicos, pero enfocados al alto rendimiento deportivo. Te permite un avance en los referido a las ganancias marginales, pero también me exige muchos viajes a Annecy desde Andorra y eso alteraría mucho mi rutina de entrenamientos y descanso, razón por la que decidí no implicarme al 100%”, comenta Xavier Feuillée.
La atleta británica Elsey Davis sí es una habitual de ambos laboratorios y considera “un verdadero lujo” contar con herramientas extraídas de la Fórmula 1. “Aunque las zapatillas específicas de trail running llevan un tiempo en el mercado, creo que es ahora cuando se está librando una pugna apasionante para que sean herramientas dignas del siglo que vivimos y me considero afortunada de aportar algo”, indica.
Davis es una atleta procedente del asfalto (2h 33m 24s en el maratón de Valencia) que no dudó en mudarse a Chamonix para crecer como ultrafondista y que prefiere correr en la localidad alpina en invierno, aunque sea por la nieve y llevando zapatillas con polaina incorporada. En cambio, los pioneros de la Western States 100 corrían con zapatillas planas, sin amortiguación ni suela de tacos: a rueda del fenómeno Kilian Jornet, la industria del trail running ha encontrado motivos suficientes para invertir sin miramientos en el futuro de una disciplina que no deja de crecer.
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